¡Qué grande!
Zaragoza, 22/05/2018. Auditorio. Gala lírica homenaje a Miguel Fleta. Plácido Domingo, Ana María Martínez, Airam Hernandez. Orquesta del Gran Teatro del Liceo. Director musical: Ramón Tebar.
Es difícil hacer cualquier crónica sobre un concierto donde el protagonista sea Plácido Domingo. Repasar su excepcional trayectoria, su categoría, la extensión en años de esa vida profesional ejemplar, todo resulta baladí, reiterativo y al final, superfluo. Porque lo que realmente queda después de oír al cantante simplemente y llanamente se resume en dos palabras: emoción y arte. Ambas se sirvieron a raudales en el concierto que Domingo ofreció el pasado martes 22 en el Auditorio de Zaragoza. Esa ciudad a la que tanto ha tardado en volver y que lo recibió como merecía, con un cerradísimo aplauso con una parte considerable del público en pie.
Mucho se ha hablado de si las prestaciones cantoras del artista le permiten sacar adelante un concierto, una representación, con la suficiente solvencia a una edad en la que muchos de sus compañeros llevan más de quince años retirados. La respuesta, por lo menos en este concierto aragonés, es que sí. Domingo demostró una calidad, una entrega, un arte (esa palabra que aquí resume lo mejor del canto: elegancia, perfecta dicción, intención y acento preciso en cada frase) que algunos cantantes más jóvenes les costará conseguir alguna vez. Plácido es excepcional, él lo sabe y su público también. Y lo que era un justo homenaje al gran tenor aragonés Miguel Fleta (y está claro que Domingo lo homenajeó a él) se convirtió en un reconocimiento, de un homenaje (me repito) al cantante madrileño. Es obvio que la voz no es la de antaño, ni su brillo el mismo, sería algo irreal. Pero eso se olvida (o por lo menos el que escribe lo olvida) ante una frase perfectamente cantada, ante un timbre que conserva la misma belleza, ahora con una pátina de barítono. “No puede ser”, la famosísima romanza de La tabernera del puerto de Sorozábal, con la que se cerró la primera parte del concierto, resume todo lo que he dicho: no se puede cantar mejor, con más corazón y sentimiento, con cada palabra en su sitio y cada nota perfectamente encajada. Apabullante. Fueron las intervenciones en solitario de Domingo lo mejor de la noche, por supuesto; además de La tabernera, destacaron “Quiero desterrar” de La del soto del parral y la propina con la que acabó la velada, “Los de Aragón” que, como era previsible levantó al Auditorio.
Acompañaban al artista en el concierto la soprano puertoriqueña Ana María Martínez y el joven tenor canario Airam Hernández. Ambos compartieron dúos con el protagonista de la velada y también cantaron en solitario y entre ellos. De Ana María Martínez destacaría su facilidad en la proyección y un timbre más bello cuando asciende a la parte alta de la tesitura, pero su dicción careció de claridad y fue la menos expresiva en el escenario. Su mejor intervención fue la propina, de aires caribeños, perteneciente a la zarzuela cubana Cecilia Valdés. Airam Hernández posee un centro de gran calidad y potencia (fue el más audible en un Auditorio que no está preparado para la lírica), pero se mostró un poco inseguro en el agudo, sobre todo en la primera parte. Mejoró en la segunda, donde demostró sus cualidades con “De este apacible rincón de Madrid” de Luisa Fernanda y, sobre todo, en su propina “La roca fría del calvario” de La dolorosa, su más sentida y redonda intervención en la velada.
Mención aparte, y por méritos propios, merece destacar la dirección de Ramón Tebar al frente de la Orquesta del Gran Teatro del Liceo. Desde el primer compás del Intermedio de La boda de Luis Alonso (que por cierto cogió casi desprevenido al público) demostró que las piezas estrictamente musicales no iban a ser puro relleno en el concierto. Tebar vivió cada nota de lo que dirigió, mostrándose muy activo con la batuta, con ritmos a veces arrebatados, a veces de una belleza lírica impresionante. Destacaría un espectacular Intermedio de La leyenda del beso del compositor de Ponteareas Reveriano Soutullo, uno de los momentos más mágicos de la noche. No menos atractivos fuera la Farruca de El sombrero de tres picos de Falla o el preludio de El niño judío de Pablo Luna. Como acompañante estuvo siempre atento a los cantantes aunque el volumen orquestal a veces, por mucho control que tuviera, tapó alguna voz. Extraordinario director. Y extraordinaria orquesta. Los músicos de la Orquesta del Liceo estuvieron magníficos en todo momento, demostrando que la calidad que vienen demostrando en el foso del Coliseo de las Ramblas también la tienen sobre un escenario. Destacar, aunque todos estuvieron a un gran nivel, las cuerdas, bien empastadas, que produjeron un sonido bellísimo.
Una asistente al salir decía que hay cosas por las que merece pagar, y otras que no, y que este concierto había sido de las primeras. Tenía razón. Lo que seguramente no sabía esta señora es que el precio que había pagado por un espectáculo de este nivel ha sido bastante menor de lo que se suele cobrar en otros teatros y auditorios, tanto en España como fuera. Y además en una ciudad donde no existe una tradición lírica estable y cualquier esfuerzo que se hace por conseguirlo choca muchas veces con la indiferencia de instituciones y patrocinadores. Por una vez, y gracias al esfuerzo del Gobierno de Aragón y concretamente de su Departamento de Cultura, Zaragoza ha estado a primer nivel y ha podido ofrecer un espectáculo de calidad a unos precios muy competitivos. Esto, unido al impulso de una pequeña pero tozuda Asociación (la Aragonesa de la Ópera Miguel Fleta), que seguramente podría hacer muchas más cosas si tuviera esos apoyos que se mencionaban más arriba pero también contase con el apoyo de un público que sale muy contento cuando el concierto es de gran nivel pero que tampoco se plantea que ahí se llega con la colaboración de todos, también de ellos, asociándose e impulsando con su asistencia las diversas actividades que se programan.
Lo que quedará de esta tarde-noche tan especial es que Aragón ha recordado a su cantante más ilustre, Miguel Fleta, con el regalo de una gala lírica con el artista lírico más importante a nivel mundial, Plácido Domingo. Objetivo cumplido.